Escrito: Por F. Engels, en
Manchester, entre octubre y noviembre de 1843.
Publicado por vez primera: En el Deustche-Franz�sische
Jaharb�cher, Paris, febrero de 1844.
Traducci�n: Por Juan Miguel Salinas Granados, en base
a F. Engels, �Umrisse zu einer Kritik der National�konomie�, en Marx-Engels
Werke, vol. 1, Dietz Verlag Berlin, p�gs. 499-524.
La Econom�a Nacional se origin� como una consecuencia natural de la extensi�n del comercio, y con ella se coloc� en la posici�n del sistema preparado del fraude consentido, el juego m�s sencillo, poco cient�fico, una ciencia para el enriquecimiento completo.
Esta ciencia del enriquecimiento o Econom�a Nacional, que surgi� de la envidia rec�proca y la codicia de los comerciantes, lleva el cu�o del ego�smo m�s hediondo grabado en la frente. Viv�a a�n en la concepci�n ingenua de que el oro y la plata ser�a la riqueza, y nada tuvo que ver con la prisa por prohibir en todos lados la exportaci�n de metales "nobles". Las naciones se encontraban de frente como avaras, las cuales rodeaban cada una su saco de dinero con ambas manos, y con envidia y recelo miraban a su vecina. Fueron seleccionados todos los medios para obtener astutamente del pueblo, con el cual se estaba en tr�fico comercial, tanto dinero en met�lico como fuera posible y para retener el lindo feliz aporte dentro de las l�neas aduaneras.
La realizaci�n m�s consecuente de este principio habr�a acabo con el comercio. Se comenz� por tanto del siguiente modo para sobrepasar este primer grado; se comprendi� que el Capital yace muerto en cajas, mientras que en la circulaci�n se reproduce. As� de este modo se fu� fil�ntropo, se enviaba sus monedas de oro como reclamo, con esto tendr�an que devolverse con otras, y se reconoci� que no da�a nada, si se paga a A tanto por su mercanc�a, mientras a�n se pueda desembarazar de B por un precio m�s alto.
Sobre esa base se levanto el sistema mercantil. El car�cter codicioso del Comercio fu� desde el principio algo oculto; las Naciones se acercaron algo m�s, cerraron tratados de amistad y comerciales, hicieron negocios rec�procos e hicieron todo lo posible con afici�n y bondad mutuamente para conseguir grandes ganancias. Pero en el fondo esto no fue m�s que la vieja codicia y ego�smo, y esto desencaden� de tiempo en tiempo las guerras que estaban basadas por los celos comerciales, en cada per�odo. En estas guerras tambi�n se mostr� que el comercio, como el robo, se basaban en la ley del m�s fuerte (das Faustrecht); no se tom� ninguna conciencia de ello para extorsionar mediante la astucia o la violencia tales tratados, como si se mantuvo para los momentos m�s oportunos.
En todo el sistema mercantil se encuentra, en un punto principal, la teor�a del balance comercial. A saber, porque a�n se aferra a la proposici�n de que el oro y la plata ser�an la riqueza, as� se mantiene s�lo los negocios como portadores de ventajas que al final traer�an dinero en met�lico al pa�s. Para hallar esto se compar� la exportaci�n y la importaci�n. Se habr�a exportado m�s que importado, as� se cre�a que se alcanzar�a la diferencia en dinero met�lico en el pa�s y se mantendr�a para esa diferencia m�s opulenta. El arte de la econom�a exist�a en aquello, para lo que se preocupaba, que al final de cada a�o la exportaci�n dar�a un balance oportuno frente a la importaci�n; y �para alcanzar esa rid�cula ilusi�n hab�an sido sacrificados miles de humanos! El comercio ha mostrado tambi�n su Cruzada y su Inquisici�n.
El siglo XIX, el siglo de la Revoluci�n, revolucion� tambi�n la econom�a; pero como todas las Revoluciones de ese siglo fueron unilaterales y en oposici�n se quedaron atascadas, como igual fueron opuestos el espiritualismo abstracto al materialismo abstracto, la monarqu�a a la Rep�blica, el derecho sagrado al contrato social, as� tampoco rebas� la revoluci�n econ�mica sobre las oposiciones. Todos los requisitos quedaron en pi�; el materialismo no arremeti� contra el desprecio cristiano y la humillaci�n de los humanos y tan s�lo contrapuso, en lugar del Dios cristiano a la naturaleza de los humanos como Absoluto; la pol�tica no pens� en comprobar los requisitos del Estado en s� y para s�; la Econom�a no se dej� invadir, despu�s de cuestionar la autorizaci�n de la propiedad privada. Por eso fueron los nuevos economistas tan s�lo la mitad de progresivos; ello fu� necesario, esto es, traicionar y desmentir sus propios requisitos, para tomar a sofistas e hip�critas como auxilio y ocultar las contradicciones en las que se hab�an involucrado, y para dar con la llave hacia la que ellos hab�an sido derivados, no a trav�s de sus requisitos, sino a trav�s del esp�ritu humanista del siglo. As� adoptaron los economistas un car�cter fil�ntropo; ellos retiraron su favor a los productores y se desencantaron por los consumidores; sintieron una aversi�n solemne contra el terror sangriento del sistema mercantil y explicaron que el comercio era una banda amistosa y de unidad tanto entre las Naciones como entre los Individuos. Todo era ruidosa magnificencia y majestuosidad - pero los requisitos se hicieron nuevamente pronto valer y produjeron, en oposici�n a esa resplandeciente Filantrop�a, la teor�a de la poblaci�n Malthusiana, el m�s tosco y b�rbaro sistema que nunca existi�, un sistema de la desesperaci�n que tumbo al suelo todos aquellos tipos de discursos bellos sobre el amor a la Humanidad y el mundo civilizado; ellos produjeron y levantaron el sistema fabril y la esclavitud moderna, de la cual los antiguos nada cedieron en tanto inhumanidad y crueldad. La nueva econom�a, basada en el sistema fundado del libre mercado de las Wealth of Nations de Adam Smith, demostr� ser como aquella misma hipocres�a, inconsecuencia e inmoralidad que ahora se colocaba frente a todos los terrenos de la libre Humanidad.
�Pero entonces, no supuso el sistema de Smith ning�n progreso? Claro que lo fu�, y adem�s fu� un progreso necesario. Fu� necesario que el sistema mercantil hubiera sido derrocado con sus Monopolios y su cohibici�n del tr�fico, con esto podr�an salir a flote las verdaderas consecuencias de la propiedad privada; fu� necesario que retrocedieran todas esas consideraciones locales y nacionales, con esto podr�a llegar a ser la lucha de nuestro tiempo una lucha general y humana; fu� necesario que la teor�a de la propiedad privada abandonase la senda examinaci�n puramente emp�rica y meramente objetiva y asumiera un car�cter cient�fico que se hiciera responsable de las consecuencias y con ello dirigiera el asunto hacia un terreno generalmente humano; que fu� intensificada una inmoralidad implicada, a trav�s del intento de la negaci�n de su trayectoria y a trav�s de la hipocres�a introducida � una consecuencia necesaria de aquellos intentos � sobre la m�s alta cumbre en la vieja econom�a. Nosotros reconocemos de buen grado que hemos sido primeramente colocados en este estamento a trav�s de la instauraci�n y la realizaci�n del libre comercio, para rebasar a la econom�a de la propiedad privada, pero debemos tener al mismo tiempo el derecho de describir ese libre comercio en su total nulidad te�rica y pr�ctica.
Nuestra sentencia deber�a de haberse tornado m�s rigurosa, cuanto m�s economistas llegan a nuestro tiempo, aquello que disponemos para juzgarlos. Entonces mientras Smith y Malthus hallaron tan s�lo aislados fragmentos acabados, los m�s nuevos ten�an ante s� todo el sistema consumado; todas las consecuencias hab�an sido sacadas, las contradicciones salieron claramente a la luz, y ellas no vinieron para un examen de premisas, y siempre tomaron la responsabilidad para s� de todo el sistema. Cuanto m�s se ha acercan los economistas a la actualidad, tanto m�s lejos se distancia de la honestidad. Con cada progreso de los tiempos asciende necesariamente los Sofistas para recibir a los economistas sobre la altura de los tiempos. Por eso es Ricardo, por ejemplo, m�s culpable que Adam Smith, y MacCulloch y Mill m�s culpables que Ricardo.
La m�s nueva econom�a no puede juzgar de una sola vez correctamente el sistema mercantil, porque ella misma adolece de la unilateralidad y a�n con los requisitos de aquella misma. Hasta el punto de vista que se alza sobre las oposiciones de ambos sistemas, que critica los requisitos comunes de ambos y que salen de una base (estructura) puramente humana, general, podr� indicar su posici�n correcta. Se mostrar� que los defensores del libre comercio son peores monopolistas que los mismos viejos mercantilistas. Se mostrar� que detr�s de la humanidad hip�crita de los m�s nuevos se esconde una Barbarie, de la que los viejos nada sab�an; que la confusi�n conceptual es a�n sencilla y consecuente frente a la L�gica de dos caras de sus agresores y que ninguna de las dos partes podr� incriminar algo al otro que no reincida sobre s� mismo. Por eso no puede la m�s novedosa econom�a liberal asimilar la restauraci�n del sistema mercantil a trav�s de artima�as, mientras que la cosa est� muy clara para nosotros. La inconsecuencia y bilateralidad de la econom�a liberal se debe resolver necesariamente de nuevo sobre sus elementos fundamentales. As� como la Teolog�a o bien debe volver hac�a la ciega creencia, o debe avanzar hacia la Filosof�a libre, as� debe el libre comercio producir por un lado la restauraci�n del monopolio, y por otro la supresi�n de la propiedad privada.
El �nico progreso positivo que ha realizado la econom�a liberal ha sido el desarrollo de las leyes de la propiedad privada. Estas est�n sin embargo contenidas en ella, aunque a�n no est�n desarrolladas hasta las �ltimas consecuencias y claramente expresadas. De aqu� sigue que en todos los puntos donde se llegan a la decisi�n, por la man�a sucinta, de llegar a ser rico, esto es en todas las controversias estrictamente econ�micas, los defensores del libre comercio tienen la ley de su lado. Bien entendido - en controversia con los monopolistas, no con los enemigos de la propiedad privada, los socialistas ingleses han demostrado desde hace mucho, pr�ctica y te�ricamente, que est�n en condiciones de hacer esto, de decidir en cuestiones econ�micas, tambi�n de forma econ�micamente correcta.
Por lo tanto examinaremos en la cr�tica de la econom�a nacional las categor�as fundamentales que a trav�s del sistema del libre comercio desvela las contradicciones que en s� llevan y sacan las consecuencias de ambos lados de las contradicciones.
La expresi�n de riqueza nacional surgi� ya por el af�n generalizado de los economistas liberales. Mientras exista la propiedad privada esa expresi�n carecer� de sentido. La "riqueza nacional" de los ingleses es muy grande, y sin embargo ellos son el pueblo m�s pobre que habita bajo el sol. O bien se abandona por completo la expresi�n, o se asume los requisitos que le dan un sentido. Lo mismo con la expresi�n Econom�a Nacional, pol�tica, econom�a p�blica. La ciencia deber�a de llamarse, bajo las relaciones actuales, econom�a privada, pues sus relaciones p�blica son tan s�lo para las que quiere la propiedad privada.
La siguiente consecuencia de la propiedad privada es el comercio, el intercambio de necesidades opuestas, compra y venta. Ese comercio debe tornarse, bajo el dominio de la propiedad privada, como toda actividad, en una adquisici�n de fuentes inmediatas para el contrabando comercial; esto es, cada uno debe tratar de vender tan caro como le sea posible y comprar tan barato como le sea posible. Para cada compra y venta se encuentran as� dos humanos con intereses enfrentados uno frente al otro; el conflicto es decididamente hostil, pues cada uno conoce las intenciones del otro, sabe que ellos est�n enfrentados uno al otro. Por tanto la primera consecuencia es, de una parte la mutua desconfianza, de otra la justificaci�n de esa desconfianza, la aplicaci�n de medios inmorales para la imposici�n de objetivos inmorales. As� es por ejemplo la primera m�xima en el comercio la discreci�n, encubrimiento de todo aquello que pudiera disminuir el valor de los art�culos fr�giles. La consecuencia consiguiente: en el comercio est� permitido, del desconocimiento, sacar el mayor uso posible de la confianza de la parte opositora, y as� mismo enaltecer propiedades que su mercanc�a no posee. En una palabra, el comercio es el fraude legal. Que la Praxis concuerda con esa Teor�a me lo puede atestiguar todo comerciante, si �ste quiere dar la verdad de la honradez.
El sistema mercantil ten�a a�n una fundada y cat�lica rectitud y no cubr�a, cuando menos, la esencia inmoral del comercio. Hemos visto como llevaba su secreta codicia patente a ser expuesta. La posici�n mutua hostil de la Naci�n en el siglo XVIII, la hedionda envidia y celo comercial fueron la principal consiguiente consecuencia del comercio. La opini�n p�blica a�n no estaba humanizada, y por lo tanto se tendr�a que esconder cosas que se deduc�an de la esencia hostilmente inhumana del comercio.
Pero de aquellos tiempos del Lutero econ�mico, Adam Smith, que critic� la econom�a actual, a ac�, las cosas han cambiado mucho. El siglo fu� humanizado, la raz�n se hab�an hecho valer, comenz� la moralidad, reclam� su eterno derecho. Los tratados comerciales, que eran un chantaje, las guerras comerciales, el brusco aislamiento de la Naci�n, chocaron muy fuerte contra la consciencia progresiva. En la posici�n de la rectitud cat�lica entr� la hipocres�a protestante. Smith justific� que tambi�n la humanidad estar�a fundada en la esencia del comercio; que el comercio, en lugar de ser "la m�s horrible fuente de discordias y hostilidades", debiera ser una "banda de la uni�n y amistad entre las Naciones como entre los individuos" (cf. Wealth of Nations B.4, c.3, �2); queda en la naturaleza de la cosa que el comercio ser�a favorable en todo y todos los grandes participantes.
Smith ten�a raz�n, cuando alab� el comercio como algo humano. No hay nada absolutamente inmoral en el Mundo; tambi�n el comercio tiene un lado donde �ste rinde homenaje a la Moralidad y la Humanidad. �Y que alabanza! El derecho del m�s fuerte que hab�a humanizado el robo en la calle de la edad media, cuando el en el comercio, el comercio como su primer etapa, aquella que se caracteriza por la prohibici�n de la exportaci�n de dinero, se transform� en el sistema mercantil. Ahora aqu�l mismo fu� humanizado. Naturalmente es en inter�s de los comerciantes mantenerse en buena comunicaci�n, tanto con unos, de los cuales el compra barato, como con otros, a los cuales el vende m�s caro. Es por lo tanto poco inteligente de una naci�n proceder, si ella alimenta un �nimo hostil para sus abastecimientos y clientes. Cuanto m�s amistoso tanto m�s ventajoso. Esta es la Humanidad del comercio, y este modo hip�crita, la moralidad para abusar de objetivos inmorales, es el orgullo del sistema del libre comercio. �No hemos acaso derrocado la barbarie del monopolio, exclaman los hip�critas, no hemos acaso llevado la civilizaci�n a todas la partes del mundo, no hemos acaso hermanado los pueblos y aminorado las guerras? � S�, todo eso hab�is hecho ustedes, pero y como lo hab�is hecho! Hab�is aniquilado los peque�os monopolios para dejar operar tanto m�s libre y sin limitaciones a un gran monopolio fundamental, la propiedad; �Hab�is civilizados todos los confines de la tierra para conquistar nuevos terrenos para el despliegue de vuestra m�sera avaricia; hab�is hermanado a los pueblos, pero hacia una Hermandad de ladrones, y las guerras aminorados para ganar tanto m�s en la paz, para practicar en la m�s alta c�spide la enemistad de los individuos, la deshonrada guerra de la concurrencia! � �D�nde hab�is hecho algo que proceda de la pura Humanidad, de la conciencia de la vanidad de la oposici�n entre los intereses generales y los individuales? �En qu� punto hab�s sido morales, sin ser unos interesados, sin abrigar en el fondo inmoralidad, motivos ego�stas?
Despu�s de que la econom�a liberal hubiera dado lo mejor de s� misma, para generalizar la enemistad por la disoluci�n de las nacionalidades, para transformar la humanidad en una horda de animales feroces � �y que son sino los concurrentes? -, que por ello se devoran rec�procamente, porque cada uno tiene los mismo intereses que todos los dem�s, despu�s del trabajo preparatorio le quedo a�n s�lo un paso restante como objetivo, la disoluci�n de la familia. Para imponer este paso vino en su ayuda su bello descubrimiento, el sistema fabril.
Pero el economista mismo no sabe a qu� objeto est� sirviendo. Pero �l no sabe que con todo su razonamiento ego�sta tan s�lo forma un eslab�n de la cadena del progreso general de la Humanidad. �l no sabe que con su resoluci�n tan s�lo abre paso a los intereses particulares para el cambio brusco, que se acerca a fin de siglo, la conciliaci�n de la Humanidad con la Naturaleza y consigo mismo.
La siguiente categor�a condicionada por el comercio es el Valor. Sobre este, lo mismo que sobre todas las otras categor�as, no existe ninguna pol�mica entre los viejos y los nuevos economistas, porque los monopolistas, en su rabia inmediata por el enriquecimiento, no encuentra tiempo que les sobre para ocuparse con estas categor�as. Todas las cuestiones pol�micas sobre este tipo de puntos part�an de los nuevos.
El economista que vive de las divergencias tiene tambi�n naturalmente un Valor doble; el Valor abstracto o real, y el valor de cambio. Sobre la esencia la esencia del Valor real se di� una larga pol�mica entre los ingleses, que determinaron los costes de producci�n como expresi�n del Valor real, y el franc�s Say, que fij� ese Valor seg�n la utilidad (Brauchbarkeit) de una cosa para medir. La pol�mica ha estado en el aire desde principios de este siglo y se ha languidecido, no decisivamente.
Los ingleses � MacCulloch y Ricardo particularmente � afirman entonces que el Valor abstracto ser� determinado a trav�s de los costes de producci�n. Bien entendido esto, el Valor abstracto, no el Valor de cambio, el exchangeable value, el Valor en el comercio � esto ser�a otra cosa. �Son los costos de producci�n por eso la medida del Valor? �Porque � escucha, escucha!- porque nadie vender�a una cosa, bajo circunstancias normales y de relaci�n de la concurrencia del juego sereno por menos que lo que la producci�n le cost�, la vender�a? �Qu� tenemos aqu� que tenga que ver con "Vender", d�nde no se trate del Valor comercial? Porque tenemos nuevamente incluso el comercio en juego que tenemos incluso que soltar directamente � y vaya que comercio! un comercio donde lo principal, la relaci�n concurrente, no tendr�a que llegar de golpe! Primero un Valor abstracto, ahora tambi�n un Comercio abstracto, un Comercio sin concurrencia, esto es, un humano sin cuerpo, un pensamiento sin cerebro para producir pensamientos. �Y no tiene presente el economista en absoluto, que as� como la concurrencia ser� dejada en el juego, donde no hay ninguna garant�a, que el productor compra su mercanc�a directamente de los costes de producci�n? �Vaya confusi�n!
�Continuemos! Aceptemos por un momento que todo esto fuera as�, como el economista dice. �Suponiendo que alguien hizo algo totalmente inutilizable con tremendo esfuerzo y enormes costes, algo que nadie solicita, es esto tambi�n los costos de producci�n del valor? �Todo y absolutamente nada, dice el economista, qui�n querr�a comprarlo? Porque no s�lo tenemos por tanto de una vez la Utilidad de mala fama de Say, sino � con la "compra"- sino adem�s la relaci�n de concurrencia. No es posible, el economista no puede mantener su abstracci�n por un momento. No solo eso que quiere eliminar con esfuerzo, la concurrencia, sino tambi�n aquello que �l acomete, la Utilidad, le viene a cada momento entre los dedos. El valor abstracto y su determinaci�n a trav�s de los costes de producci�n son justamente s�lo abstracci�n, un absurdo.
Pero vayamos una vez m�s, por un momento, al derecho del economista � �c�mo quiere �l determinar entonces los precios de producci�n sin apuntar la concurrencia? Veremos en la investigaci�n de los costos de producci�n que tambi�n esa categor�a est� basada en la concurrencia, y tambi�n aqu� se mostrar� nuevamente como de mal podr� llevar a cabo sus afirmaciones.
Pasemos a Say, as� encontraremos las mismas abstracciones. La Utilidad de una cosa es algo puramente subjetivo, en absoluto para decidir sobre decisiones fundadas � al menos mientras se merodee en oposiciones. Seg�n esa teor�a las necesidades requeridas deber�an de poseer m�s valor que los art�culos de lujo. El �nico camino posible hacia para llegar a una decisi�n objetiva y aparentemente general sobre la mayor o menor Utilidad de una cosa es, bajo el dominio de la propiedad privada, la relaci�n de concurrencia, y esto tendr� que ser dejado incluso aparte. Pero siendo admitida la relaci�n de concurrencia, as� entran tambi�n los costes de producci�n; pues nadie vender� por menos de lo que el mismo haya invertido para la producci�n. Por lo tanto tambi�n aqu� relega a un lado de la oposici�n, contra la voluntad en el otro.
Tratemos de arrojar luz ante esta confusi�n. El valor de una cosa encierra ambos factores que ser�n separadas de las partes en disputa con violencia y como hemos visto sin �xito. El valor es la relaci�n de los costes de producci�n sobre la utilidad. La siguiente aplicaci�n del valor es la decisi�n sobre si una cosa tendr� que ser en general producida, esto es, si la utilidad compensa los costes de producci�n. Entonces primeramente la cuesti�n puede ser de la aplicaci�n del valor para el cambio. Los costes de producci�n de dos cosas equiparadas ser� la utilidad el momento decisivo para determinar su valor de medida comparativo.
Esa base es la �nica base justa del cambio. �Pero terminamos en aquello mismo, qui�n tendr�a que decidir sobre la utilidad de la cosa? �La mera opini�n de los implicados? As� ser� uno estafado. �O uno sobre la utilidad inherente de la cosa independiente de las partes fundadas implicadas y sus determinaciones no convincentes? As� s�lo puede realizarse el cambio mediante la coacci�n, y cada uno se considerar� como estafado. No se puede suprimir esa oposici�n entre la utilidad real inherente de la cosa y entre la determinaci�n de esa utilidad, entre la determinaci�n de la utilidad y la libertad de los cambios, sin suprimir la propiedad privada; y tan pronto como est� sea suprimida no podr� ser m�s la cuesti�n de un cambio, como existe ahora. La aplicaci�n pr�ctica del concepto Valor ser� limitada cada vez m�s a la decisi�n sobre la producci�n y ah� est� su verdadera esfera.
�Pero c�mo est�n las cosas ahora? Hemos visto como el concepto de Valor es violentamente desgarrado y ser�n llamados los lados particulares cada cual por entero. Los costes de producci�n, tergiversados desde el principio por la concurrencia, tienen que ser v�lidos para el mismo valor; lo mismo la mera utilidad � pues ahora no se puede dar otra -. Para mantener sobre las piernas esa definici�n coja deber� hacerse uso en ambos casos de la concurrencia; y lo mejor es que para los ingleses la concurrencia, frente a los costes de producci�n, reemplaza la utilidad, mientras esto es a la inversa para Say qui�n recoge los costes de producci�n frente a la utilidad. �Pero vaya que utilidad recoge, que costes de producci�n! Su utilidad depende de la casualidad, de la moda, del �nimo de los ricos, sus costes de producci�n se desprenden y brotan de la relaci�n causal entre demanda y la oferta.
De la diferencia entre valor real y valor de cambio queda un hecho para fundamentar � particularmente que el valor de una cosa es diferente del llamado equivalente dado para el en el comercio, esto es, que el equivalente no es un equivalente. El llamado equivalente es el precio de la cosa, y si el economista fuera sincero, as� usar�a �l esta palabra para referirse al "valor comercial". Pero el debe guardar a�n una huella de apariencia, que el precio est� relacionado, de alguna manera, con el valor, con esto no sale a la luz tan claramente la inmoralidad del comercio. Pero que el precio ser� determinado por el efecto de cambio de los costes de producci�n y la concurrencia, esto es totalmente correcto y una ley principal de la propiedad privada. Esto fu� lo primero que el economista encontr�, la ley emp�rica pura; y sobre esto abstrae el economista pues su valor real, esto es, el precio por el tiempo, si la relaci�n de concurrencia se balancea, si la demanda y la oferta son cubiertas � entonces quedan restantes naturalmente los costos de producci�n, y a esto nombre entonces el economista valor real, mientras de lo que se trata es tan s�lo de una determinaci�n del precio. Pero as� esta todo sobre la cabeza en la econom�a; el valor que originariamente es la fuente del precio, ser� hecho dependiente de ello, de su propio producto. Es conocida esa inversi�n de la esencia la abstracci�n sobre la que Feuerbach compara.
Seg�n el economista los costos de producci�n se componen de tres elementos: impuesto sobre bienes inmuebles (Grundzins) por el uso del trozo de tierra para producir la Materia prima, sobre el Capital con la ganancia y el salario por el Trabajo que fueron requeridos para la producci�n y la manipulaci�n. Pero muestra al mismo tiempo que Capital y Trabajo son id�nticos porque los economistas mismos admiten que el Capital ser�a "Trabajo acumulado" (aufgespeicherte Arbeit). De este modo nos quedan tan s�lo dos lados restantes, el natural, objetivo, el suelo, y el humano, subjetivo, el Trabajo que encierra el Capital � y por fuera del Capital a�n un tercero, en el que el economista no piensa. Me refiero al elemento intelectual de la invenci�n, el pensamiento, junto al f�sico, al mero Trabajo. �Qu� ha conseguido el economista con el intelecto inventor? �No se le han ido volando todos los inventos sin su intervenci�n? �Le han costado a �l algo? �Qu� tiene pues que encargarse �l para el c�lculo de los costos de producci�n? Para �l son la tierra, el Capital, el Trabajo las condiciones de la riqueza, y por consiguiente no necesita nada m�s. La ciencia no le concierne.
�Si ello le han servido de obsequios a trav�s de del Berthollet, Davy, Liebig, Watt Cartwright, etc., que a �l y a su producci�n lo han elevando infinitamente, que le queda de ello? Eso mismo no sabe calcularlo; los progresos de la ciencia rebasan sus n�meros. Pero para una condici�n razonable que est� por fuera sobre el reparto de los intereses, como tiene lugar para los economistas, pertenece, sin embargo, el elemento intelectual a los elementos de la producci�n y encuentra tambi�n en la econom�a su posici�n bajo los costos de producci�n. Y porque es sin embargo satisfactorio conocer como la atenci�n de la ciencia se recompensa materialmente, conocer que uno de los �nicos frutos de la ciencia, como la m�quina de vapor de James Watts, en los primeros cinco a�os de su existencia ha aportado m�s al Mundo que gastado el Mundo desde el comienzo por el cuidado de la ciencia.
Tenemos dos elementos de producci�n, la Naturaleza y el Humano, y el �ltimo nuevamente f�sico e intelectual en la actividad y podr�an regresar hacia el economista y sus precios de producci�n.
Todo lo que no pueda ser monopolizado no tiene ning�n Valor, dice el economista � una frase que investigaremos m�s tarde o m�s temprano. Cuando decimos que "no tiene ning�n precio" la frase es as� correcta para la condici�n basada en la propiedad privada. Si disponer del suelo fuera tan f�cil como tener el aire, as� no ser�a ninguna persona pagada con intereses de fondo. Y porque esto no es as�, sino que est� limitada la extensi�n de este en un caso especial de derecho de disposici�n privado del suelo, as� se paga inter�s fundamental para el derecho de disposici�n privado tomado, esto es, el suelo monopolizado, o sucumbe para ello en un precio de compra. Pero es muy raro escuchar seg�n qu� informaci�n sobre la formaci�n del valor fundamental del economista que ser�a el inter�s fundamental la diferencia entre el beneficio del inter�s por pagar y el peor de todos, el esfuerzo del cultivo m�s enriquecedor el terreno. Es conocido que fu� Ricardo el primero en dar una definici�n desarrollada integral de los impuestos sobre los bienes inmuebles (Grundzinses). Esa definici�n es, a decir verdad, correcta, si se requiere que un caso reaccione a la demanda instant�neamente sobre el impuesto de bienes inmuebles, y as� mismo coloca una cantidad correspondiente de la peor tierra cultivada salvo el labrado. Por s� solo este no es el caso, la definici�n es por ello insuficiente; asimismo esta no encierra la causa del impuesto sobre bienes inmuebles y por eso debe caer ya. El coronel T.P. Thompson, de la Liga pro Ley Anti-cereales, innov�, en oposici�n a esa definici�n de Adam Smith y la fund�. Seg�n el es el impuesto sobre bienes inmuebles la relaci�n entre la concurrencia. C�mo m�nimo es un regreso al origen del impuesto sobre bienes inmuebles; pero esa explicaci�n excluye la variada fertilidad del suelo, como la arriba mencionada omite la concurrencia.
Tenemos nuevamente dos definiciones unilaterales y por ello una media definici�n para un objeto. Habremos de resumir nuevamente, como para el concepto de Valor, esas dos determinaciones, para encontrar la correcta que procede del desarrollo de la cosa sucesiva y por ello de toda abarcadora determinaci�n Praxis. El impuesto sobre bienes inmuebles es la relaci�n entre la productividad del suelo, el lado natural (que nuevamente consta de la instalaci�n natural y del cultivo humano para la mejora del trabajo aplicado) � y el lado humano, la concurrencia. Los economistas gustan de zarandear sus cabezas sobre esa "definici�n"; para su asombro ver�n que ella encierra todo lo que tiene con respeto a la cosa.
El terrateniente no tiene nada que recriminar al mercader.
�l roba en tanto que �l monopoliza el suelo. �l roba en tanto que �l explota para s� el aumento de la poblaci�n, la cual aumenta la concurrencia y con ello el Valor de su terreno, en tanto que �l hace para la fuente de sus ventajas personales, lo que no realiza a trav�s de su hacer personal, lo que le es puramente casual. En �ltima instancia las mejoras se rompen en s�. Este es el secreto de la permanente riqueza creciente de los grandes terratenientes.
El axioma que cualifica el tipo de adquisici�n del terrateniente como ladr�n, a saber, que cada uno tiene un derecho al producto de su trabajo, o que nadie deber�a de cosechar donde �l no ha sembrado, est�s no son nuestras afirmaciones. La primera excluye el deber de la alimentaci�n de los ni�os, la segunda excluye a cada generaci�n del derecho a la existencia, en tanto cada generaci�n hereda el legado de la generaci�n precedente. Esos axiomas son otras tantas consecuencias m�s de la propiedad privada. O bien se hizo pasar anta�o por sus consecuencias, o bien se dio como premisa.
S�, la apropiaci�n original misma fu� justificada a trav�s de la afirmaci�n del otrora derecho de posesi�n com�n. Miremos donde miremos la propiedad privada nos lleva a contradicciones.
Fu� el �ltimo paso para la autoventa barata, para regatear la Tierra, que es la primera condici�n de nuestra existencia, nuestro uno y todo; fu� y es, hasta nuestros d�as, una inmoralidad, que s�lo ser� sobrepasada por la inmoralidad de la autoalienaci�n (Selbstver�u�erung). Y la apropiaci�n originaria, la monopolizaci�n de la Tierra por una por una peque�a parte, la exclusi�n del resto de las condiciones de su vida, no cede nada ante la inmoralidad del posterior regateo del suelo.
Dejemos caer nuevamente la propiedad privada aqu� y as� quedar� reducido el impuesto de bienes inmuebles a su verdad, a un parecer razonable que est� en la base esencial de el. El mismo Valor separado, como impuesto de bienes inmuebles del suelo, reincide entonces en los suelos. Ese Valor, que es para medir a trav�s de la capacidad de producci�n de mismas superficies por el mismo trabajo aplicado, queda apuntado sin embargo como parte de los costes de producci�n para la determinaci�n del Valor del producto y es como el impuesto de bienes inmuebles la relaci�n de la capacidad de producci�n a la concurrencia, pero sobre verdadera concurrencia como si ella hubiera desarrollado su Tiempo.
Hemos visto como Capital y Trabajo son originariamente id�nticos; vemos de lejos, del desarrollo del economistas como el Capital, el resultado del Trabajo, en el proceso de la producci�n ser� hecha nuevamente de inmediato, hasta el sustrato, la materia del trabajo, como por tanto aquella por un momento reglada separaci�n del Capital del Trabajo, ser� abolido nuevamente de inmediato en la unidad de ambos; y a�n as� separa el economista el Capital del Trabajo, pero mantiene fija la desuni�n, sin reconocer la uni�n al lado del otro como por la definici�n del capital: "trabajo acumulado". Esta consecuente escisi�n, procedente de la propiedad privada, entre Capital y Trabajo no es nada m�s que la condici�n desunida correspondiente y de ello la desuni�n derivada del trabajo en s� mismo. Y despu�s de llevarse a efecto esa separaci�n, el Capital se divide otra vez m�s en el Capital originario y en la ganancia, el incremento del Capital que es recibido en el proceso de la producci�n, aunque la misma Praxis de esa ganancia golpea nuevamente contra el Capital y con este se coloca en la corriente. S�, la ganancia misma ser� nuevamente escindida en intereses y en ganancia real. En los intereses es practicada sobre la c�spide la irracionabilidad de esa escisi�n. La inmoralidad de la concesi�n de intereses, es el recibo sin trabajo en forma pr�stamo, aunque ya subyacente en la propiedad privada, pero desde hace tiempo reconocida de forma manifiesta y de conciencia popular despreocupada, que en esas cosas la mayor�a de las veces tiene raz�n. Todas esas escisiones distinguidas y divisiones se forman de la separaci�n originaria del Capital del Trabajo y la culminaci�n de esa separaci�n en la escisi�n de la humanidad en capitalistas y trabajadores, una escisi�n que todos los d�as ser� formada m�s y m�s agudamente y que debe aumentar siempre, como veremos. Pero esa separaci�n, como la ya contemplada separaci�n del suelo del Capital y del Trabajo, es en �ltima instancia algo imposible. No est� absolutamente por determinar cu�nto aporta la porci�n del suelo, del Capital y del Trabajo a un determinado producto. Las tres magnitudes son inconmensurables. El suelo produce la materia prima, pero no sin Capital y Trabajo, el Capital requiere del suelo y del Trabajo, y el Trabajo requiere como m�nimo del suelo, y la mayor�a de las veces tambi�n del Capital. Las ejecuciones de los tres son tres tipos distintos y no mesurables en una cuarta magnitud com�n. Si se viene por tanto de las relaciones actuales hacia el reparto del beneficio bajo los tres elementos, es as� que no se les da ninguna magnitud inherente, sino que una magnitud totalmente desconocida y casual a ellas decide: la concurrencia o el derecho refinado del m�s fuerte. El inter�s fundamental implica la concurrencia, la ganancia sobre el Capital ser� �nicamente determinada a trav�s de la concurrencia, y veremos lo mismo que sucede con el trabajo asalariado.
Si dejamos caer la propiedad privada, as� caer�n todas esas escisiones antinaturales. La diferencia entre inter�s y ganancia cae; El Capital no es nada sin el Trabajo, sin movimiento. La ganancia reduce su significado sobre el peso que queda en la determinaci�n de los costes de producci�n del capital en la b�scula, y as� queda el Capital inherente, como este mismo reinciden en su unidad originaria con el trabajo.
El Trabajo � lo principal para la producci�n, la "fuente de la riqueza", la actividad humana libre, sale mal parado para el economista. Como el capital ya fu� separado del Trabajo, as� ser� escindido nuevamente el Trabajo por segunda vez; el producto del Trabajo se enfrente a �l como salario, es separado de el y ser� de nuevo, como habitualmente, determinado por la concurrencia, porque no se da para la porci�n de Trabajo en la producci�n, como ya hemos visto, ninguna medida fija. Suprimamos la propiedad privada y as� caer� tambi�n esa separaci�n artificial, el Trabajo es su propio salario, y el verdadero significado del antiguo salario laboral enajenado llega al d�a: el significado del Trabajo para la determinaci�n del coste de producci�n de una cosa.
Hemos visto que mientras exista la propiedad privada, al final, todo va a parar a la concurrencia. Ella es la categor�a principal del economista, su hija predilecta, a la que dar� cuidados, con continuos mimos y caricias, de la que se descubrir� el rostro de una medusa.
La siguiente consecuencia de la propiedad privada fu� la escisi�n de la producci�n en dos lados opuestos, el natural y el humano; el suelo que sin la fertilizaci�n del humano est� muerto y est�ril, y la actividad humana, cuya primera condici�n es justamente el suelo. Vimos de lejos como se resolv�a la actividad humana de nuevo en el Trabajo y el Capital, y como esos dos lados nuevamente se hac�an frente el uno al otro. Ten�amos por tanto la lucha de los tres elementos unos contra otros, en lugar del apoyo mutuo de los tres; ahora tenemos adem�s que la propiedad privada trae consigo la fragmentaci�n de cada uno de esos elementos. Un terreno est� frente a otro, un capital frente a otro y una fuerza de trabajo frente a otra. Con otras palabras: porque la propiedad privada a�sla a cada uno a su propio por menor en bruto y porque no obstante tiene el mismo inter�s que su vecino, as� se enfrenta hostilmente un propietario a otro, un capitalista a otro, un trabajador a otro. En esa enemistad del mismo inter�s, justamente por querer los mismo, est� culminada la inmoralidad de las condiciones actuales de la Humanidad; y esa culminaci�n es la concurrencia.
Lo opuesto a la concurrencia es el monopolio. El monopolio fu� el clamor de tierra de los mercantilistas, la concurrencia el grito de guerra de los economistas liberales. Es sencillo comprender que esa oposici�n es absolutamente de nuevo una caverna. Todo concurrente debe desear de tener el monopolio, el quiere ser trabajador, capitalista o terrateniente. Cada peque�a totalidad de los concurrentes debe desear de tener para s� el monopolio frente a todos los otros. La concurrencia se basa en el inter�s, y el inter�s produce de nuevo el monopolio; en pocas palabras, la concurrencia pasa por el monopolio. De otro lado el monopolio no puede detener la corriente de la concurrencia, incluso este mismo produce la concurrencia, como por ejemplo, la prohibici�n de importaci�n o las altas aduanas produce directamente la concurrencia del contrabando. La contradicci�n de la concurrencia es totalmente la misma que aquella contradicci�n de la propiedad privada. Queda en inter�s de cada individuo de poseerlo todo, pero en inter�s de la totalidad queda que cada uno posea lo mismo que otro. As� quedan por tanto el inter�s general y el individual diametralmente opuestos. La contradicci�n de la concurrencia es: cada uno desea para si el monopolio, mientras la totalidad debe perder como tal a trav�s del monopolio y debe distanciarse. Si, la concurrencia claro requiere el monopolio, particularmente el monopolio de la propiedad � y aqu� entra de nuevo a la luz del d�a la hipocres�a de los liberales � y en tanto que exista el monopolio de la propiedad, estar� en igualdad de derecho propiedad del monopolio; pues tambi�n el monopolio una vez dado es propiedad. Es una deficiencia lamentable atacar los peque�os monopolios y dejar existir los monopolios fundamentales. Y si hacemos uso aqu� a�n de las anteriores frases apasionadas del economista, que nada que no pueda ser monopolizada tiene Valor, que por tanto nada, que no admita esa monopolizaci�n, puede entrar en esa lucha de la concurrencia, esta es nuestra afirmaci�n, que la concurrencia requiere, totalmente justificada, del monopolio.
La ley de la concurrencia es que la demanda y la oferta siempre se complemente y justamente por eso jam�s se complementen. Ambos lados son nuevamente partidos y transformados en la m�s abrupta oposici�n. La oferta est� siempre igual detr�s de la demanda, pero jam�s se yuxtapone a ella para cubrirla. Ella es o bien demasiado grande o demasiado peque�a, jam�s la demanda corresponde porque en esa circunstancia inconsciente de la Humanidad ningun humano sabe como de grande es esta o aquella. Si la demanda es mayor que el suministro (Zufuhr) as� aumentar� el precio, y por ello ser� desorientado, en cierto modo, el abastecimiento; como ello se muestra en el Mercado, caen los precios y si ella es mayor que aquel as� la ca�da de los precios ser� tan significativa que la demanda ser� soliviantada por ello nuevamente. As� contin�a, nunca en una condici�n sana, sino en una siempre alternancia de confusi�n y lasitud que excluye todo progreso, una eterna oscilaci�n sin llegar jam�s al objetivo. Esta ley con su continua compensaci�n, donde lo que aqu� se pierde all� ser� nuevamente ganado, le parece una maravilla al economista. Es su principal gloria, el no puede verse satisfecho y lo contempla bajo todas las relaciones posibles e imposibles. Y queda sin embargo sobre la mano que esta ley es una ley natural pura, y no una ley de esp�ritus. Una ley que produce la revoluci�n. El economista se acerca con su preciosa teor�a de la demanda y el abastecimiento, verificar ustedes, a que "nunca podr� ser producido en demas�a", y la Praxis responde con las crisis comerciales que vuelven tan regularmente como los cometas y de los cuales tenemos ahora por t�rmino medio de 5 a 7 a�os. Esas crisis comerciales han llegado cada dieciocho anhos justamente con tanta regularidad como antiguamente las grandes epidemias (ver Wade: History of the Middle and Working Classes, London 1835, p.211). Naturalmente confirman esas revoluciones comerciales la ley, las confirman en gran medida, pero de un modo diferente como el economista nos quiere hacer creer. Que se puede pensar de una ley que s�lo puede imponerse a trav�s de revoluciones peri�dicas? Es justamente una ley natural que se basa en la inconsciencia de los participantes. Si los productores supieran tal cosa, cuanto necesitan los consumidores, entonces organizaran la producci�n, la repartieran entre s�, entonces ser�an imposible la oscilaci�n de la concurrencia y su tendencia a la crisis. Producid con conciencia, como humanos, y no como �tomos fragmentados sin conciencia de g�nero y estar�is por encima de todas esas oposiciones superficiales e insostenibles. Pero mientras sig�is adelante con ello, sobre la inconsciencia de hoy, descuidados, por dejar producir abandonados al dominio de la casualidad, entretanto quedar�n las crisis comerciales; y cada consecutiva deber� ser universal, por tanto peor que las precedentes, deber�n empobrecerse una gran cantidad de peque�os capitalistas y el resto de la clase trabajadora viva aumentar� en relaci�n creciente � por tanto la masa ampliar� el trabajo que est� por ocupar visiblemente, principal problema de nuestro economista, y finalmente dar� como resultado una revoluci�n social, tal como no se deja so�ar por la sabidur�a escolar del economista.
La eterna oscilaci�n de los precios, como ha sido conseguida a trav�s de la relaci�n de concurrencia, saca del comercio completamente hasta la �ltima huella de moralidad. Del Valor no hay m�s que decir; el mismo sistema, que parece dejar sobre el Valor tanto peso que la abstracci�n del Valor en dinero la honra da una particular existencia � este mismo sistema destruye a trav�s de la concurrencia todo Valor inherente y transforma la relaci�n de Valor de todas las cosas unas contra otras a diaria y cada hora. �D�nde queda en esa vor�gine la posibilidad de un intercambio basado en un principio moral? En ese continuo dar y tomar debe buscar cada uno el momento m�s oportuno para comprar y vender, cada uno deber� especular, esto es, cosechar donde no ha sembrado, enriquecerse a costa de la p�rdida de otros, calcular sobre infortunio de otros o ganar la casualidad para s�. El especulador siempre cuenta con casos de infortunio, particularmente sobre las malas cosechas, el utiliza todo, como por ejemplo, en su momento el incendio de New York, y el punto de culminaci�n de de la inmoralidad es la especulaci�n burs�til en Fondos, por lo cual ser� desacreditada la Historia y en ella la Humanidad como medio, para satisfacer la codicia de los especuladores que calculan y arriesgan. Y no gusta al sincero "s�lido" comerciante, no fariseo, alzarse sobre el juego burs�til, te doy las gracias Dios etc. �l esta tan malo como el especulador de fondos, el especula tanto o m�s como ellos, debe de hacerlo, la concurrencia le obliga a ello, y su comercio implica por tanto la misma inmoralidad como la suya. La verdad de la relaci�n de concurrencia es la relaci�n de la fuerza de consumo por la fuerza de producci�n. Alg�n d�a la Humanidad dignificar� su condici�n y no volver� a darse ninguna otra concurrencia que aquella. La comunidad habr� de contar que podr� producir sobre la oferta de medios existentes, y despu�s de aumentar o disminuir la relaci�n de la fuerza de producci�n, hasta que punto ella habr� de cejar el lujo o de limitarlo. Pero para juzgar correctamente sobre esta relaci�n y aquellas, de unas condiciones razonables, de la comunidad hacia un aumento esperado de las fuerzas de trabajo, gusten de comparar a mis lectores los escritos de los socialistas ingleses y en parte tambi�n de Fourier.
La concurrencia subjetiva, la competici�n de Capital contra Capital, Trabajo contra Trabajo etc., ser� establecida bajo esas circunstancias sobre aquellas en la naturaleza humana, y hasta ahora tan s�lo reducida por la rivalidad desarrollado soportable de Fourier, que despu�s de la supresi�n de los intereses contrapuestos ser� reducida sobre su esfera peculiar y sensata.
La lucha de Capital contra Capital, Trabajo contra Trabajo, suelo contra suelo finca la producci�n en una fiebre de calor que fija en la cima de todas la relaciones naturales y razonables. Ning�n Capital puede soportar la concurrencia de otro si no es llevado al estadio m�s alto de su actividad. Ning�n terreno podr� ser cultivado si su fuerza de producci�n no se incrementa permanentemente. Ning�n Trabajo puede mantenerse frente a sus concurrentes si este no entrega toda su fuerza de Trabajo. Pero nadie que se meta en la lucha de la concurrencia podr� soportar sin el mayor esfuerzo de su fuerza, sin la entrega de todos los fines humanos. La consecuencia de esa sobretensi�n de una parte es necesariamente la relaci�n de la otra parte. Si la fluctuaci�n de la concurrencia es escasa cuando la demanda y la oferta, el consumo y la producci�n est�n casi igualados, as� tendr� que producirse en el desarrollo de la producci�n un estadio en la que este a disposici�n tanta fuerza de producci�n excedente que la gran masa de la naci�n no tenga nada de lo que vivir; que la gente muera de hambre ante la exuberante sobreabundancia. En esa terrible posici�n, en absurdo vivo se encuentra Inglaterra desde hace alg�n tiempo. Si oscila fuertemente la producci�n, como hace a consecuencia de tales condiciones necesariamente, as� se sobreviene la alternancia de sangre y crisis, sobreproducci�n y congesti�n. El economista no ha podido explicar esta disparatada posici�n; para poder explicarla invent� la teor�a de la poblaci�n que es igualmente disparatada, incluso m�s disparatada que esa contradicci�n de riqueza y miseria al mismo tiempo. El economista no debi� de ver la verdad; no debi� de reconocer que esa contradicci�n es una sencilla consecuencia de la concurrencia porque de lo contrario todo su sistema habr�a venido abajo.
Para nosotros es sencillo de explicar la cosa. Es inconmensurable que la Humanidad est� a la orden de la fuerza de producci�n disponible. La rentabilidad del suelo est� en incremento infinito mediante la aplicaci�n de capital, trabajo y ciencia. La "excedente" Gran Breta�a podr� ser llevada all� despu�s de 10 a�os, seg�n el c�lculo del m�s diligente economista y estadista (comp�rese Alison Principles of Population, T.1, Cap.1 y 2)[1] , que es producido suficiente cereal para el s�xtuplo de su poblaci�n actual. El Capital se acrecienta diariamente; la fuerza de Trabajo crece con la poblaci�n, y la ciencia supedita a diario al humano la fuerza de la naturaleza m�s y m�s. Esa capacidad de producci�n inconmensurable, manejada a conciencia y en interese de todos, mermar� pronto al m�nimo el trabajo reca�do sobre la humanidad; la concurrencia cede, ella hace lo mismo, pero dentro de las oposiciones. Una parte del pa�s ser� cultivado sobre las mejores tierras, mientras otra parte � en Gran Breta�a e Irlanda 30 millones de Acres de buena tierra � yace desierta. Una parte del Capital circula a una velocidad descomunal, otra parte queda muerta en la caja. Una parte de los trabajadores trabajan catorce, diecis�is horas al d�a, mientras otra parte queda inactiva y perezosa, y muere de hambre. O la distribuci�n se destaca con esa simultaneidad: hoy le va bien al comercio, la demanda es muy significativa, todos trabajan, el Capital ser� doblado con prodigiosa rapidez, la agricultura florece, los trabajadores trabajan enfermos � ma�ana entra una congesti�n, la agricultura no merece el esfuerzo, grandes segmentos de tierra quedan sin cultivar, el Capital se petrifica en medio de la corriente, los trabajadores no tiene empleo, y toda la tierra trabaja en riqueza superficial y poblaci�n superficial.
Ese desarrollo de la cosa no puede reconocerlo el economista como el correcto; el debi�, por el contrario, como dije, debi� renunciar a todo su sistema de concurrencia; el debi� de comprender el vac�o de su oposici�n entre producci�n y consumo, de la poblaci�n sobrante y la riqueza sobrante. Pero para equiparar los hechos con la teor�a, porque los hecho nos fueron negados una sola vez, fu� descubierto la teor�a de la poblaci�n.
Malthus, el autor de esa teor�a, afirm� que la poblaci�n presiona siempre sobre los medios de subsistencia, que as� como la producci�n aumentar�, la poblaci�n se reproducir� en la misma relaci�n y que la poblaci�n, de forma tendencialmente inherente, que se reproduce por encima de los medios de subsistencia disponibles, es la causa de todas las miserias, de todos los vicios. Entonces cuando haya tantos humanos, as� se deber� conseguir de una forma u otra quitarlos del medio, bien mat�ndolos violentamente, bien mat�ndolos de hambre. Pero si esto sucede, habr� nuevamente un hueco ah� que deber� ser rellenado inmediatamente por otra reproducci�n de la poblaci�n, as� comienza nuevamente la vieja miseria. Esto es as� incluso bajo todas las condiciones, no s�lo en las civilizadas, sino tambi�n en las condiciones naturales; los salvajes de nueva Holanda, algunos de los cuales provienen de millas cuadradas trabajan tanto en superpoblaci�n como Inglaterra. En pocas palabras, si queremos ser consecuentes, debemos as� confesar que la tierra ya estaba superpoblada cuando tan s�lo exist�a un humano. Ahora bien, las consecuencias de ese desarrollo son que debido a que los pobres son precisamente los excedentes, no se tiene que hacer nada mas por ellos que hacer la inanici�n lo m�s leve posible, convencerlos de que no se puede cambiar y que para toda su clase no hay ninguna otra salvaci�n que una posible escasa procreaci�n, o cuando esto no sea posible, as� ser� siempre mejor, que una instituci�n estatal ser� establecida para la muerte indolora de los hijos de los pobres, como "Marcus" ya ha propuesto- seg�n la cual cada familia trabajadora dos ni�os y medio; si reciben m�s de lo establecido, se les dar� muerte de forma indoloramente. Dar limosna ser�a un acto de delincuencia ya que ayudar�a al crecimiento de la poblaci�n excedente; pero ser�a muy propicio si se hace de la pobreza de una delincuencia y de los hospicios a instituci�n penitenciaria, como precisamente est� sucediendo en Inglaterra por medio de la nueva ley de pobreza[2] "liberar". �A decir verdad es cierto que esa Teor�a concierta de muy mal modo con las ense�anzas de la Biblia de la perfecci�n (die Vollkommenheit) de Dios y su creaci�n, pero "es una mala refutaci�n, si se dirige la Biblia contra los hechos en ese campo"!
�Tengo que desarrollar a�n m�s esa infame, vil Doctrina, esa atroz blasfemia contra la Naturaleza y la Humanidad, tengo que perseguirla m�s all� de sus consecuencias? Finalmente hemos llevado aqu�, sobre su m�s alta cima, la inmoralidad de la Econom�a. �Qu� son todas esas guerras y sobresaltos del sistema del monopolio contra esa Teor�a? Y justamente ella es la piedra angular del sistema liberal del libre comercio, cuya ca�da arrastra tras de s� todo el edificio. Pues aqu� queda demostrada la concurrencia como la causa de la miseria, de la pobreza, de los delincuentes, entonces, �qui�n quiere a�n arriesgarse a tomar la palabra para hablar?
Alison ha convulsionado, en su obra arr�ba citada, la teor�a malthusiana, en tanto que �l opone el hecho a las apeladas fuerzas de producci�n de la Tierra y el principio malthusiano, de que cada humano adulto puede producir m�s de lo que �l mismo necesita, un hecho sin el cual la Humanidad no puede reproducirse, incluso ni a�n podr�a existir; �de qu� tendr�an por el contrario que vivir los adolescentes? Pero Alison no va al meollo de la cuesti�n y llega por tanto en �ltimas de nuevo al mismo resultado que Malthus. A decir verdad �l demuestra que el principio de Malthus es incorrecto, pero no puede negar el hecho de que aquellos han derivado en sus principios.
Si Malthus no hubiera contemplado la cosa tan unilateralmente, as� deber�a de haber visto que la poblaci�n excedente o la fuerza de trabajo siempre est�n ligadas con la riqueza excedente, capital excedente y terratenientes excedentes. La poblaci�n es numerosa all� donde la fuerza de producci�n es numerosa. La condici�n de cada pa�s sobrepoblado, particularmente de Inglaterra, desde aquellos entonces donde Malthus escribi�, muestra esto de la forma m�s clara. Estos fueron los hechos que Malthus tuvo por contemplar en su totalidad y cuya contemplaci�n debi� de haberle dirigido hacia los resultados correctos; en lugar de ello seleccion� �l unos, dejo otros desatendidos y lleg� por tanto a su delirante resultado. El segundo error con el que comienza fu� la confusi�n de los medios de subsistencia y de ocupaci�n. Que la poblaci�n presiona siempre sobre los medios de la ocupaci�n, que tantos humanos podr�n ser empleados, tambi�n como tanto sea producido, en pocas palabras, que la producci�n de la fuerza de trabajo hasta aqu� fu� regulada por la ley de la concurrencia y por tanto han estado expuesto tambi�n a los per�odos de crisis y fluctuaciones, eso es un hecho de cuya constataci�n es m�rito de Malthus. Pero los medios de ocupaci�n no son los medios de subsistencia. Los medios de ocupaci�n se ver�n multiplicados con el aumento de la fuerza maquinaria y el capital tan s�lo en su resultado final; los medios de subsistencia se reproducen tan pronto como la fuerza de producci�n, principalmente, sean incrementadas por algo. Aqu� sale a la luz del d�a una nueva contradicci�n de la econom�a. La demanda del economista no es la demanda real, su consumo es algo artificial. El economista es s�lo un verdadero interrogador, un verdadero consumidos, que para aquellos que el recibe tiene un equivalente que ofrecer. Pero cuando se da el hecho de que cada adulto produce m�s de lo que puede consumir, que ni�os son como �rboles, que se reembolsan sobreabundante nuevamente sobre los gastos familiares � y bien, �estos son los hechos?, as� se deber�a de opinar, cada trabajador deber�a de poder producir tanto m�s de lo que el necesita, y la comunidad deber�a de querer suministrarle amablemente con todo lo que el necesita, as� se deber�a de opinar, una gran familia deber�a de ser a la comunidad un deseable regalo. Pero el economista en la crudeza de su opini�n no conoce ning�n otro equivalente que pagarle en palpable dinero en met�lico. El est� tan anclado en sus oposiciones que le preocupan tan poco los hechos m�s contundentes como los principios m�s cient�ficos.
Nosotros destruimos la contradicci�n sencillamente dado que la anulamos. Con la fusi�n de los ahora intereses contrapuestos desaparece la oposici�n entre la superpoblaci�n aqu� y la superriqueza all�, desaparece el hecho maravilloso, maravilloso como todas las maravillas juntas de la religiones, por el que deben morir de hambre una naci�n ante la vanidosa riqueza y la abundancia; desaparece la demente afirmaci�n que dice que la Tierra no posee la fuerza para alimentar a los humanos. Esa afirmaci�n es la m�s alta c�spide de la econom�a cristiana � y que nuestra econom�a es esencialmente cristiana, lo hubiera podido demostrar por cada frase, por cada categor�a, y tambi�n lo har� en su momento; la teor�a Malthusiana es tan s�lo la expresi�n econ�mica para el dogma religioso de la contradicci�n del esp�ritu y la naturaleza y de ello la perversi�n consiguiente de ambos. Esa contradicci�n que se disuelve para la religi�n y con ella a lo largo del tiempo, espero haberla mostrado tambi�n sobre el terreno econ�mico en su vanidad; por lo dem�s no aceptar� ninguna defensa de la teor�a Malthusiana como competente, que no me sea aclarada antes fuera de su propio principio, como un pueblo de acentuada abundancia puede morir de hambre y conciliar esto con la raz�n y los hechos.
La teor�a Malthusiana ha sido por lo dem�s un punto de transferencia absolutamente necesario que nos ha hecho avanzar infinitamente. Nos ha sido advertido, como principalmente a trav�s de la econom�a, de que la fuerza de producci�n de la Tierra y la humanidad, y despu�s de la superaci�n de esa desesperaci�n econ�mica esta por siempre asegurada ante el miedo de la superpoblaci�n. De ella sacamos los argumentos econ�micos m�s fuertes para una reorganizaci�n; pues incluso cuando Malthus hubiera tenido absolutamente raz�n, as� deber�a proponerse esa reorganizaci�n sobre el lugar, porque s�lo ella, s�lo a trav�s de ella se hace posible la formaci�n orientadora de la masas, aquella limitaci�n moral del instinto de reproducci�n, que Malthus mismo represent� como el remedio m�s efectivo y leve contra la superpoblaci�n. Nosotros hemos conocido a trav�s de ella la m�s profunda degradaci�n de la Humanidad, su dependencia de la relaci�n de concurrencia; ella nos ha mostrado como en �ltima instancia la propiedad privada ha hecho de los humanos una mercanc�a, cuya producci�n y destrucci�n tambi�n depende s�lo de la demanda; como de tal manera ha sacrificado, y sacrifica a diario a millones de humanos el sistema de la concurrencia; todo esto lo hemos visto, y todo esto lleva a la deriva de la supresi�n de esa degradaci�n de la Humanidad a trav�s de la supresi�n de la propiedad privada, la concurrencia y los intereses opuestos.
Entretanto volvamos una vez m�s sobre la relaci�n de la fuerza de producci�n sobre la poblaci�n, para toda asumir todas las bases del miedo general a la superpoblaci�n. Malthus formula un c�lculo en el que se basa todo su sistema. La poblaci�n se reproduce en una progresi�n de tipo geom�trica: 1+2+4+8+16+32 etc., la fuerza de producci�n del suelo en una progresi�n de tipo aritm�tico: 1+2+3+4+5+6. La diferencia es aparente, es alarmista; pero, es esto correcto? D�nde queda manifiesto que la capacidad productiva del suelo se reproduce en una progresi�n de tipo aritm�tica? La extensi�n del suelo est� limitada, bien. La fuerza de trabajo aplicada sobre esa superficie aumenta con la poblaci�n; supongamos nosotros mismo que la reproducci�n del rendimiento a trav�s de la reproducci�n del trabajo no siempre aumenta en relaci�n con el trabajo; as� que un tercer elemento que naturalmente el economista jam�s ser� algo v�lido, la ciencia y su progreso es tan infinitamente, y por lo menos, otro tanto tan r�pido como el de la poblaci�n. �Qu� progresos no debe de agradecer la agricultura de este �ltimo siglo s�lo a la qu�mica, incluso s�lo a dos hombres � Sir Humphrey Davy y Justus Liebig? Pero la ciencia se reproduce por lo menos como la poblaci�n; esta se reproduce en relaci�n con la cantidad de la �ltima generaci�n; la ciencia progresa en relaci�n con la masa de conocimientos que le fu� dejada por la generaci�n precedente, esto es, bajo la relaci�n de todas las relaciones comunes tambi�n en progresi�n geom�trica - y, �qu� es imposible para la ciencia? Pero es rid�culo hablar de superpoblaci�n mientras "el valle de Mississippi ocupe suficientes suelos desertificados, como para poder transplantar all� a toda la poblaci�n de Europa"[3] , mientras que, generalmente, no sea vista una tercera para de la Tierra para el cultivo y la producci�n de esa tercera parte misma a trav�s de la aplicaci�n, ahora, de las ya mejoras conocidas para poder hacerla aumentar a un s�xtuplo y m�s.
La concurrencia coloca por tanto al Capital contra el Capital, al Trabajo contra el Trabajo, al Terrateniente contra el Terrateniente, y lo mismo a cada uno de estos tres elementos contra los otros dos. En la lucha vence el m�s fuerte y habremos de examinar el m�s fuerte de los combatientes para predecir el resultado de esa lucha. Primero est�n el Terrateniente y el Capital cada cual m�s fuerte que el Trabajo, pues el trabajador debe trabajar para vivir, mientras el Terrateniente puede vivir de su renta y el Capitalista de sus intereses, y en caso de necesidad de su capital o del Terrateniente capitalista. La consecuencia de ello es que el Trabajador recae s�lo lo indispensable, los medios de subsistencia desnudo, mientras que la gran parte del Producto se reparte entre el capital y el Terrateniente. El trabajador m�s fuerte saca la parte m�s d�bil, el m�s grande Capitalista la m�s escasa, el m�s grande Terrateniente la m�s peque�a del Mercado. La pr�ctica confirma ese cierre. Las ventajas que tienen el gran Fabricante y el vendedor sobre el peque�o, son conocidas. La consecuencia de ello es que bajo relaciones habituales el gran Capital y el gran Terrateniente devoran al peque�o Capital y al peque�o Terrateniente seg�n la ley del m�s fuerte � la centralizaci�n de los propietarios. En el comercio � y en la crisis de la agricultura la centralizaci�n se da mucho m�s presta para s�. � El gran propietario se reproduce principalmente mucho m�s presto que el peque�o porque del usufructo recibe una parte mucho m�s escasa que el desembolso del propietario en deducci�n. Esa centralizaci�n del propietario es justamente una ley inmanente, como todas las otras, de la propiedad privada; las clases medias deber�n ir siempre a menos, hasta que el Mundo quede dividido en Millonarios y pobres, en grandes Terratenientes y pobres asalariados. Toda ley, todo reparto de los Terratenientes, toda fragmentaci�n posible del Capital no ayuda en nada - este resultado debe llegar y llegar�, si no se anticipa una total reconfiguraci�n de las relaciones sociales, una fundici�n de los intereses opuestos, una liquidaci�n de la propiedad privada.
La libre concurrencia, la principal palabra clave de nuestros economistas de hoy d�a, es algo imposible. El monopolio tiene, como m�nimo, la intenci�n de proteger a los consumidores del fraude, si este tampoco puede ser llevado a cabo. La abolici�n del Monopolio abre la puerta de par en par a los estafadores. El dice, la concurrencia contiene en s� mismo el ant�doto contra el fraude, nadie comprar�a cosas malas � esto es, cada uno debe ser un conocedor de todos los art�culos, y eso es imposible � por tanto, la necesidad del monopolio, que se muestra tambi�n en muchos art�culos. Las farmacias etc., deben tener un monopolio. Y el art�culo m�s importante, el dinero, tiene directamente el monopolio, en la mayor�a de los casos necesariamente. El medio circulante ha producido, cada vez, as� como par� de ser monopolio de Estado, una crisis comercial, y los economistas ingleses, entre otros Dr. Wade, admiten aqu� tambi�n la necesidad del Monopolio. Pero el monopolio tampoco protege del dinero falso. Nos pongamos sobre aquel lado de la cuesti�n que queramos, uno es tan dif�cil como el otro, el monopolio produce la libre concurrencia y esa nuevamente al monopolio; por eso deben caer ambos y esa dificultad ser� levantada por la anulaci�n de sus principios producentes.
La concurrencia ha penetrado en todas nuestras relaciones de vida y ha concluido la servidumbre opuesta, en la que se mantienen ahora los humanos. La concurrencia es el gran resorte que incita a la actividad siempre y nuevamente nuestro viejo y durmiente aprovechable orden social, o mejor desorden, pero que tambi�n consume una parte de las fuerzas que se van a pique en cada nuevo esfuerzo. La concurrencia domina los num�ricos progresos de la humanidad, ella tambi�n domina sus progresos morales. Qui�n est� familiarizado de alguna manera con las estad�sticas sobre los cr�menes, le debe de ser llamativa la regularidad propia con la que progresan los cr�menes anuales, con la que se producen a causas fundadas cr�menes fundados. La extensi�n del sistema fabril ha tenido ante todo como consecuencia el incremento del crimen. Se puede determinar previamente la cantidad de detenciones, casos criminales, incluso la cantidad de asesinatos, de ladrones, los peque�os robos, etc., de una gran ciudad o de un distrito con la justa exactitud todos los a�os, como ya ha sucedido a menudo en Inglaterra. Esa regularidad demuestra que el crimen tambi�n reaccionar�a ante la concurrencia, que la sociedad produce una demanda despu�s de los cr�menes, que ser�a correspondido a trav�s de un abastecimiento adecuado, que har�a los huecos que a trav�s de las detenciones, transportaciones o ejecuciones y de inmediato rellenar�a a trav�s de otros nuevamente, igual que cada hueco en la poblaci�n ser�a rellanado de inmediato por un nuevo forastero, con otras palabras, que los cr�menes presionan igual sobre medios de castigo que los pueblos sobre los medios de empleo. C�mo de justo es castigar los cr�menes bajo esas circunstancias, al margen de todos los otros, lo dejo a cargo del juicio de mis lectores. Por el resto, de lo que se trata para mi es de demostrar la concurrencia tambi�n en el terreno moral y de se�alar como la propiedad privada ha llevado al humano a la m�s profunda degradaci�n.
En la lucha de capital y suelo contra el trabajo aventajan a�n los dos primeros elementos un particular inter�s frente al trabajo � la ayuda de la ciencia, pues tambi�n esta es dirigida, bajo las relaciones actuales, contra el trabajo. Casi todos los descubrimientos mec�nicos, por ejemplo, han sido ocasionados por la carencia de fuerza de trabajo, as� particularmente el telar mec�nico de algod�n Hargreaves, Cromptons y Arkrights. El trabajo no ha sido jam�s tan buscado sin que por ello no resultara un descubrimiento que incrementara la fuerza de trabajo significativamente, pues la demanda de trabajo humano desvi�. La historia de Inglaterra de 1770 hasta hoy es una prueba continua de ello. El �ltimo gran descubrimiento en el telar mec�nico, la self-acting mule, fu� del todo resultado de la cuesti�n seg�n el trabajo y el aumento del salario � se duplic� el trabajo maquinario y limit� por ello la mano de obra a la mitad, sac� fuera de su empleo a la mitad de los trabajadores y rebaj� por ellos el salario de los otros a la mitad; aniquil� una conspiraci�n de los trabajadores contra los fabricantes y destruy� el �ltimo resto de su fuerza, con el que el trabajo a�n hab�a resistido la desigual lucha contra el capital (vgl. Dr. Ure, Philosophy of Manufactures, vol. 2). El economista dice ahora, a decir verdad, que el resultado final de la industrializaci�n ser�a favorable para los trabajadores, en tanto que har�a la producci�n m�s barata y por a trav�s de ello conseguir�a un nuevo gran Mercado para sus productos, y as� por �ltimo die au�er Arbeit gesetzen Arbeiter doch wieder besch�ftige. Totalmente correcto, pero el economista olvida aqu� que la producci�n de la fuerza de trabajo ser� regulada a trav�s de la concurrencia, que presiona siempre a la fuerza de trabajo sobre el medio del empleo, que por tanto si tiene que darse esa ventaja ya espera nuevemente encima una abundacia de concurrentes para el trabajo y por ellos esa ventaja se har� ilusioria, mientras la desventaja, la repentina retirada de los medios de subsistencia para unos y la caida del salario para la otra mitad de los trabajadores, �no es ilusoria? �El economista olvida que el progreso de los inventos nunca para, que por tanto esa desventaja se eterniza? �Olvida �l que un trabajador s�lo pueda vivir en nuestra civilizaci�n, tan infinitamente creciente divisi�n del trabajo, si �l puede ser empleado en esa determinada m�quina para ese determinado mezquino trabajo? �Que la transici�n de una ocupaci�n a otra, m�s nueva, es para el trabajador adulto casi siempre una imposibilidad definitiva?
En tanto tengo en vista los efectos de la maquinaria, llego a otro tema, mucho m�s alejado, el sistema fabril, y para tratar este de aqu�, no tengo ni tiempo, ni ganas. Por lo dem�s espero tener pronto la ocasi�n de desarrollar y desvelar con detenimiento la atroz inmoralidad de ese sistema y la hipocres�a del economista, que aparece aqu� en todo su esplendor.
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[1] Archibald Alison, The Principles of Population, and their Connection with Human Happiness, Vol. 1-2, Londres 1840.
[2] Se refiere a la nueva ley de pobreza aceptada en Inglaterra en 1834. Esta ley deja valer tan s�lo una forma de ayuda para los pobres: su ingreso en casa de trabajo con r�gimen de c�rcel o de trabajo forzoso. Esas casa de trabajo fueron llamadas por el pueblo como "ley de pobres � Bastille".
[3] Archibald Alison, The principles of Population, Vol. 1, Londres 1840.